La intención de este blog es que sea un punto de encuentro entre los descendientes de Pío Carrascosa y Lucía Beltrán. Se trata de descubrir historias, compartir fotografías y rememorar recuerdos. También conocer qué ha sido y es de los miembros, de antes y de ahora, de esta familia prolífica y numerosa. Sería un placer conseguirlo. Bienvenidos!
lunes, 28 de abril de 2014
miércoles, 9 de abril de 2014
EL HOMBRE DE LA BARBA BLANCA
Uno se imagina una escena casi lorquiana. La abuela Lucía y sus cinco hijas cosiendo en la sala de estar de la casa de Cardenal Silíceo. María, la más díscola, deseando terminar cuanto antes para poder reunirse con un muchacho que la espera. Enriqueta, la mayor, poniendo orden y atando corto a su hermana que antes de irse debe terminar el trabajo que empezó, se ha asomado varias veces a la puerta de la calle y ha comentado el frío que hace. Es pleno invierno. En una de esas ocasiones, entra en la habitación, mira a su hermana y le dice con una sonrisa: “Anda María, deja eso, ponte el abrigo y sal. Ahí fuera, en la esquina, hay un hombre con una barba blanca que se está quedando congelado”.
El hombre no es otro que Daniel, el noviete de María, vecino de la calle de enfrente. Se conocen desde niños y juntos hacen teatro, su pasión. ¿La barba? Una gruesa bufanda blanca que el chico lleva enroscada al cuello para intentar combatir el frío gélido que ha tenido que aguantar mientras esperaba a la chica en la esquina de su calle con López de Hoyos.
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Me he permitido un poco de “literatura” y dejar volar la imaginación para narrar esta pequeña historia real que a mi padre le contaron muchas veces los suyos. María y Daniel eran jovencitos, casi niños. Me sirve para traer hasta aquí un pequeño librito de poesía, A Santander, publicado por Daniel San José en 1924 y puesto a la venta al precio de dos pesetas. Poemas amorosos, melancólicos, sociales... escritos con un lenguaje algo ampuloso propio de la época y la juventud de su autor. Algunos de ellos, dedicados: A Rafael A. Casuso, A Carlos Valiente, A Mariano Romojaro, queriendo que fuera inmenso, Al "Cinco de humos" que conocí, A aquellos viejecitos de cabello blanco, y A Pedro Llabrés, compañero telegrafista con el que compartió la autoría de algunas obras juveniles como Eclipse total, y que muchos años después se convertiría en un popular autor de copla y revista. Curiosamente, otro lo dedica A los hermanos Quintero, que saben con la ilusión que lo escribí. Digo lo de curioso porque no nos consta que conociera a los, por entonces muy famosos, Hermanos Álvarez Quintero, aunque sí que representaron varias de sus obras en muchas ocasiones. Hay uno especial, El río. Es un poema amoroso, audaz y valiente para la época, que viene que ni pintado. Además, una crítica aparecida en el Diario de Burgos, de 13 de febrero de 1924. En las fotografías mis abuelos, María Carrascosa y Daniel San José, en aquellos años de la bufanda blanca.
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